En el mar de defectos de gruesa magnitud
que ingentes se me dieron (por obra de Natura)
y sin pecar de fatua, con toda la mesura,
me caben los alardes de una sola virtud,
contraria (ciertamente) al fondo de mi esencia,
que no le debo a Dios, ni al Diablo ni a mi Casta,
que me ha cambiado el modo de ser; pródiga y vasta,
navega por mis ríos de sangre: LA PACIENCIA.
El don de lo infinito, la gracia que se arroga,
un cartel en mi frente diciendo: RELAJATE,
que no existe el plantón que me rinda o me mate,
ni ha nacido el tirón que te corte la soga.
Te debo el galardón de este logro deportivo,
la honra de ser dueña de un océano profundo
y tener la reserva más cuantiosa del mundo,
que aunque dé superávit, no frena su cultivo.
Te debo ¡sólo a vos! disputarle la fama
a la Madre Teresa
y al Dalai Lama.