I
Cuando te amé aquella noche,
(nuestra noche) la primera,
supe que era la postrera
y no pensé en los reproches.
De oro y diamantes un broche
desprendí en mi blusa malva;
y también te di mi alma
(¡vaya alhaja!) qué derroche...
Luego, un zarpazo del alba
borró mi trazo en tu bronce,
y entendí que desde entonces:
-
-
¡perdí broche, blusa y alma!
II
El broche no me importaba
porque el oro, bien se sabe,
que al comprarlo, mucho vale
y al venderlo, vale nada.
El diamante era un presente
de un novio que abandoné
porque creí y evalué
que cuando el frío se siente
con joyas no se arma un nido,
las piedras no te calientan,
y hay que dejar de hacer cuentas,
y buscarse un buen abrigo.
-
III
La blusa era de mi abuela
paterna (descanse en paz),
y vos la quemaste atrás…
cuando acercaste esa vela
sobre mi espalda y mi honor,
diciéndome con euforia
como el lobo de la historia:
- ¨¡Para mirarte mejor!¨
IV
Como lo cuento, se plasma…
¡Ni Lobo ni Caperuza!
¡No acepto mínima excusa
ante un robo que me pasma!
Te deseo que el fantasma
de mi abuelita aparezca
en medio de alguna fiesta
que le des a otra chirusa,
y como ánima difusa,
con un grito sepulcral
te exija en tono fatal :
-
-
-¨¡Quiero de vuelta mi blusa!¨
Y te asustes de tal modo,
que el terror te baje todo,
no pudiendo remontar
situación, y terminar
tomándote un té de hielo,
con miedo hasta de tragar,
no parando de temblar,
en el bar de San Nopuedo.
V
Volviendo al tema... te digo
que me robaste. No ignoro
que te guardaste un tesoro
que es mío y tan sólo mío.
¿Por qué asirte a esa invisible
pieza intangible sin forma,
que sin tenerme se torna
un patrimonio inservible?
Sin sol ni savia, mi árbol
resbalando en la cornisa,
quiere ser más que ceniza
descansando bajo un mármol.
Me apremia recuperarla,
(su vacío me condena).
So pena, si se me niega,
de que yo vaya a buscarla.
Firmo este apóstrofe en salva;
y apelando a tu decoro,
con esta carta te imploro:
¡que me devuelvas el alma!