Porque como Amor es niño,
donde le castigan, ama,
y aunque quiere a quien le besa,
más quiere a quien le maltrata.
Félix Lope de Vega y Carpio
Pobre del rey del oriente,
que para ser recordado,
confió en la piedra silente
taraceada con el mármol,
y vio que era un dios de arena
ensangrentada de esclavos.
Pobre de aquél que no acepta
que un día será olvidado,
y que no habrán artilugios
posibles para evitarlo,
y que no existe una huella
capaz de inmortalizarlo.
Pobre de mí, que pretendo,
con un absurdo palmario,
perpetuarme en dijes de oro
y besos que fui dejando
(como quien cede un tesoro)
en la palma de tu mano.
Pobre de mí, que ambiciono,
con versos estrafalarios
burlar la ley del olvido,
negar el final humano,
o que el peso de mis libros
no me borre de tus labios.
Pobre del rey y de mí,
que sin pudor ni reparos,
quisimos parar el viento
poniendo el cuerpo y pensando
que el viento se frenaría
porque nosotros porfiáramos.
Pobres de todos aquellos
(que como yo) van surcando
hacia el confín con la idea
de que no van a olvidarlos,
y a tal fin, sangre y vestigios,
sin medir, mueren sembrando.
Pobre de mí, que aún espero
con la fe digna de un santo,
que lo que reza este verso
sea incumplido o burlado,
y que jamás desalojes
mi nombre de tu costado.
Pobre de mí, que me iré
un día, silbando bajo,
por las calles de la vida
hacia la muerte, pensando
que vos nunca me olvidaste
y que elegiste callarlo.
Pobre de mí… que ambiciono,
con versos estrafalarios
burlar la ley del olvido,
negar el final humano,
o que el peso de mis libros
no me borre de tus labios…
donde le castigan, ama,
y aunque quiere a quien le besa,
más quiere a quien le maltrata.
Félix Lope de Vega y Carpio
Pobre del rey del oriente,
que para ser recordado,
confió en la piedra silente
taraceada con el mármol,
y vio que era un dios de arena
ensangrentada de esclavos.
Pobre de aquél que no acepta
que un día será olvidado,
y que no habrán artilugios
posibles para evitarlo,
y que no existe una huella
capaz de inmortalizarlo.
Pobre de mí, que pretendo,
con un absurdo palmario,
perpetuarme en dijes de oro
y besos que fui dejando
(como quien cede un tesoro)
en la palma de tu mano.
Pobre de mí, que ambiciono,
con versos estrafalarios
burlar la ley del olvido,
negar el final humano,
o que el peso de mis libros
no me borre de tus labios.
Pobre del rey y de mí,
que sin pudor ni reparos,
quisimos parar el viento
poniendo el cuerpo y pensando
que el viento se frenaría
porque nosotros porfiáramos.
Pobres de todos aquellos
(que como yo) van surcando
hacia el confín con la idea
de que no van a olvidarlos,
y a tal fin, sangre y vestigios,
sin medir, mueren sembrando.
Pobre de mí, que aún espero
con la fe digna de un santo,
que lo que reza este verso
sea incumplido o burlado,
y que jamás desalojes
mi nombre de tu costado.
Pobre de mí, que me iré
un día, silbando bajo,
por las calles de la vida
hacia la muerte, pensando
que vos nunca me olvidaste
y que elegiste callarlo.
Pobre de mí… que ambiciono,
con versos estrafalarios
burlar la ley del olvido,
negar el final humano,
o que el peso de mis libros
no me borre de tus labios…