I
La espada última cesó el rugido.
Fue contra un par o algún pecho, no importa.
Ya no hay guerrero emitiendo un gemido.
Ya no hay clarines, ni gritos; se corta
el aire apenas con este quejido
que aspira a ser poesía, pero aborta.
Quizás mis versos lavaron el lodo,
pero es verdad: no pudieron con todo.
II
No hay vencedores, tampoco vencidos.
Y no hubo un móvil para tanta guerra.
La paz extrema no tiene latidos,
es hija fiel de la muerte y encierra
en sí la voz de todos los rendidos,
que suena en eco manchando la tierra.
Cuando se siembra silencio y puñales,
es muy difícil ver crecer trigales.
III
Tal vez el tiempo redacte de oficio
sobre la piel de ambos la secuencia
de esta batalla inútil cuyo quicio
se desmadró en nefasta consecuencia,
y sin piedad signó con su artificio
a puro fuego el beso de la ausencia.
Cuando el vacío clava su bandera
ya no hay más chance para una quimera.
IV
Estoy en medio de este campo arado
en donde nadie ha venido a chequear
que un corazón herido y lacerado
no para ni un instante de sangrar.
Y el corazón es mío. ¡Qué pecado
es no poder morirse ni sanar!
Yo tuve un Sancho que me dijo atento,
que no eras más que un molino de viento.
V
Y me pregunto contra qué he peleado…
¿Contra mi sombra, contra tu indolencia,
o en pos de abrir las rejas de un vallado
que apenas eran humo y apariencia?
No hay enemigo más exacerbado
que aquél que inventa nuestra intransigencia.
No hay leviatán más cruel y más complejo
que el que negamos ver en nuestro espejo.
VI
Jamás tu hueste me enfrentó, di mal
todas las órdenes. Urdí mi encierro.
Labré una historia tan poco cabal
que solo yo creí. Fraguando el yerro,
mientras pateaba atajaba el penal.
Ladré a la luna como un pobre perro.
¿Qué culpa tiene la luna…? No sé.
Poco evalúa quien perdió la fe.
VII
Por reprochar… solo cabe una cosa:
que no me amabas, tal vez, confirmarme.
Tu indiferencia fue tan caprichosa
como mi empeño y por salvaguardarme,
te escribo en esta carta decorosa:
Que fue un error infausto no matarme.
El cazador no tendría que huir
sin darle muerte a quien no quiso herir…
VIII
De amar a odiar apenas hay un paso.
No ser no quita todo lo que he sido.
Quizás tan solo recibí un zarpazo
de un animal cercado y aturdido...
Soy cabo suelto, cifra de fracaso,
soy en la arena un tigre malherido
buscando el bálsamo final del Lete,
para olvidar este oscuro sainete.
La espada última cesó el rugido.
Fue contra un par o algún pecho, no importa.
Ya no hay guerrero emitiendo un gemido.
Ya no hay clarines, ni gritos; se corta
el aire apenas con este quejido
que aspira a ser poesía, pero aborta.
Quizás mis versos lavaron el lodo,
pero es verdad: no pudieron con todo.
II
No hay vencedores, tampoco vencidos.
Y no hubo un móvil para tanta guerra.
La paz extrema no tiene latidos,
es hija fiel de la muerte y encierra
en sí la voz de todos los rendidos,
que suena en eco manchando la tierra.
Cuando se siembra silencio y puñales,
es muy difícil ver crecer trigales.
III
Tal vez el tiempo redacte de oficio
sobre la piel de ambos la secuencia
de esta batalla inútil cuyo quicio
se desmadró en nefasta consecuencia,
y sin piedad signó con su artificio
a puro fuego el beso de la ausencia.
Cuando el vacío clava su bandera
ya no hay más chance para una quimera.
IV
Estoy en medio de este campo arado
en donde nadie ha venido a chequear
que un corazón herido y lacerado
no para ni un instante de sangrar.
Y el corazón es mío. ¡Qué pecado
es no poder morirse ni sanar!
Yo tuve un Sancho que me dijo atento,
que no eras más que un molino de viento.
V
Y me pregunto contra qué he peleado…
¿Contra mi sombra, contra tu indolencia,
o en pos de abrir las rejas de un vallado
que apenas eran humo y apariencia?
No hay enemigo más exacerbado
que aquél que inventa nuestra intransigencia.
No hay leviatán más cruel y más complejo
que el que negamos ver en nuestro espejo.
VI
Jamás tu hueste me enfrentó, di mal
todas las órdenes. Urdí mi encierro.
Labré una historia tan poco cabal
que solo yo creí. Fraguando el yerro,
mientras pateaba atajaba el penal.
Ladré a la luna como un pobre perro.
¿Qué culpa tiene la luna…? No sé.
Poco evalúa quien perdió la fe.
VII
Por reprochar… solo cabe una cosa:
que no me amabas, tal vez, confirmarme.
Tu indiferencia fue tan caprichosa
como mi empeño y por salvaguardarme,
te escribo en esta carta decorosa:
Que fue un error infausto no matarme.
El cazador no tendría que huir
sin darle muerte a quien no quiso herir…
VIII
De amar a odiar apenas hay un paso.
No ser no quita todo lo que he sido.
Quizás tan solo recibí un zarpazo
de un animal cercado y aturdido...
Soy cabo suelto, cifra de fracaso,
soy en la arena un tigre malherido
buscando el bálsamo final del Lete,
para olvidar este oscuro sainete.